Los nuevos retratos al óleo

DIANA ISIORDIA

Los símbolos cambian, pero no su esencia. El documental de John Berger, Ways of Seeing (BBC, 1972), explica el uso de los retratos al óleo europeos. Ahora, las redes sociales han asimilado ese uso. La pintura europea al óleo puso un énfasis único en la tangibilidad y lo aferrable de lo ilustrado. Atribuía una asociación de objetos con emociones. Promovía la habilidad de comprar, proveer y poseer. Su relación con tener se extendió hasta convertirla en efigie de riqueza. Dicha evolución llegó a su cúspide en los retratos.

Eran registros de confianza pintados para celebrar una continuidad de poder y respetabilidad. Hoy no necesitamos a un pintor para usar este símbolo, existe en redes sociales. Basta con visitar un perfil activo para notar que mostramos lo que nos hace sentir orgullo y alegría, sobre todo cuando implica posesión. Son un registro de confianza para recordar placeres de adquisición y presumirlos.

Podría decirse que no tenemos filtro, que no siempre ponemos contenido agradable, pero el deseo de controlar surge en cualquiera al estar ante una fotografía en que le etiquetan y le disgusta. Berger señala que cada retrato dice «alguna vez existí y tenía este aspecto […] fui un objeto de respeto y envidia, solo tenía que levantar la mano para recibir atención» (Berger, Ep. 3, 14:44). Aún buscamos eso, solo cambiamos de templete. Escoger qué incluir en este retrato nos permite ser reflexivos al concientizarnos sobre que quien mire nuestras publicaciones tomará lo que ve como nuestra realidad. Tener la influencia y el medio para modificar lo que proyectamos, crea la tentación de fingir.

No caer en ella en una sociedad donde la envidia es común y el estatus está, en teoría, abierto a todos —pero es disfrutado por pocos— es un reto. Se nos bombardea con la idea: «eres lo que tienes». No se trata de ser admirados porque somos, sino porque tenemos. Es risible, seguimos siendo criaturas predecibles. Dejamos que nuestra necesidad de atención y los ideales de la sociedad nos lleven a proyectar vidas irreales, curadas para llenar vacíos, satisfacernos por poseer y provocar admiración o envidia. La personificación es un juego peligroso: «Estar en exposición es tener la superficie de la propia piel, el pelo propio del cuerpo, convertidos en un disfraz, un disfraz que no puede sacarse» (Berger, Ep.2, 10:16), y se corre el riesgo de perdernos a nosotros mismos en el proceso.

Diana Isiordia, originaria de Guadalajara, es una apasionada de saber y entender cómo funciona el mundo que la rodea. Cuenta con experiencia en el servicio al cliente y logística. Es estudiante de Letras

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