Un pasillo oscuro, sórdido

ELIZABETH ALVARADO

Peripatética

Su narrativa es estimulante incluso ante los ojos incrédulos de quienes no encuentran en el género la sensación de un circuito completo. Enríquez te lleva de la mano por un pasillo oscuro, sórdido —¿¡qué sigue!?, gritarás mentalmente—, y por momentos pasarás a ser el jinete a pelo de un potro salvaje en busca de la aguja en un pajar, una enmarañada historia que dará la vuelta de tuerca insospechada. Y en ese andar sentirás escalofríos. Al final del pasillo tendrás a tu merced varias puertas que Enríquez abre con la llave de su narrativa ágil, que pareciera salir de su chistera sin pudor ni prejuicios. La escritora modela los personajes femeninos sin discriminar edades, con muchas dudas y el hubiera siempre en mente —algunos varones aparecen, pero de forma desafortunada, como víctimas o simplemente como alguien más del reparto. Todos están sujetos a su tiempo y algunos padecen el atropello de sus derechos humanos. Los memorables: las adolescentes inquietas que buscan un escape divertido de su realidad y aquella mujer que ya no soporta a su marido, pero él parece no entenderlo.

Algunas historias tienen un dejo de nostalgia, otras visitan el tema de las relaciones sentimentales fallidas y se entretejen con las esperanzas puestas en la vida, en quienes se aman, en quienes se destruyeron y en los que nacen con maldad hasta en los huesos.

MARIANA ENRÍQUEZ. Las cosas que perdimos en el fuego, Anagrama, 2016

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